La mazmorra no admite calma. Hace temblar el corazón y el alma cuando chirrían las puertas para asegurar la permanencia... o para abrirse.
La que ahora habita en ella mira ansiosa, deseando la mano helada que despierte del sueño.
Hace tanto tiempo ya que al mover las manos siente cómo tiemblan las paredes porque forma parte de ellas, porque ya es ellas, porque el frío contacto que la proporcionan siempre es mejor que el de la soledad del alma.
Ha sonado algo. Todo se ralentiza, menos el corazón, que bulle.
Pasos que se alejan.
El corazón que se muere.